Los madrileños califican a Chinchón como un pueblo pacífico, turístico, agricultor y conocido por rasgos arquitectónicos únicos que sobrevivieron a una sangrienta invasión francesa, en 1807.
En aquel entonces, el ejército de Napoleón acabó con lo que pudo de esta villa, incluidos 103 agricultores. De la iglesia de Nuestra Señora de la Gracia solo quedó la torre, que sobrevive hasta ahora sin un templo religioso junto a ella. Lo demás fue quemado o destruido.
Pero si algo llama la atención de esta silenciosa y cálida localidad, ubicada a 800 metros de altitud, es la Plaza Mayor. Una infraestructura que se armó desde el año 1500.
Al caminar por las estrechas y empedradas calles de ingreso de Chinchón, la plaza apenas se asoma a través de un vetusto portal sostenido por vigas de cemento. Al avanzar, el sol alumbra por todas las esquinas e ilumina cada uno de los pasillos y balcones de madera que conforman un escenario ideal para una película antigua. Y, de hecho, sí lo fue.
En esta pintoresca explanada se rodó la icónica escena de Mario Moreno, Cantinflas (en los años cincuenta), donde se enfrenta a un novillo, en el filme ‘La vuelta al mundo en 80 días’. El espacio apenas se adaptó a una gran plaza de toros y los espectadores -que actuaron como público- fueron los mismos pobladores de Chinchón.
Y no solo eso. En la pequeña localidad se han grabado escenas de otras producciones como la serie ‘Velvet’, ‘El tiempo entre costuras’, entre otras. Hace un par de meses fue tomada en cuenta para la grabación de la película ‘Asteroid City’, del director Wes Anderson.
Allí participan reconocidos actores como Margot Robbie, Scarlett Johansson y Tom Hanks, quienes no perdieron la oportunidad de pasearse por Chinchón.
Ese y otros relatos fueron recordados por las autoridades de este poblado, que organizaron un recorrido especial junto a representantes de toda Iberoamérica, como parte de los 10 años de los Premios Platino, en abril pasado.
Más de un atractivo
No solo su relación con el cine y la producción audiovisual hacen de Chinchón una parada imprescindible, si de hacer un viaje distinto -y artístico- a Madrid se trata.
Cada rincón cuenta su historia e invita a tomarse una pausa para sacarse fotos o solo ver en silencio, porque ruido es lo que menos hay.
Los turistas llegan más los fines de semana a pasear por la plaza, el mirador o la iglesia, en cuyo altar reposa la imagen de la Ascensión de la Virgen, una obra pintada en 1812 por Francisco de Goya.
Pero si algo guía a los chinchonenses, a más de su fe, es el reloj de la torre a la que le falta una iglesia. Es un artefacto hecho por la Casa Canseco (donde se hizo el reloj de la Puerta del Sol) y que todavía se calibra a mano. Así que cuando el encargado de esa labor no está, las horas tampoco avanzan.
“Si alguna vez vienen y nos ven a los chinchonenses algo despistados es por el reloj, no por el anís”, bromea Marta de Veracuz, consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid.
Anís, ajo y vino
Cada edificación tiene un pasado digno de contarse. Por ejemplo, uno de los monasterios que data del siglo XVII fue adaptado en los años setenta para convertirse en un hotel. Al caminar por sus pasillos, escaleras y jardines es fácil imaginarse que en ese mismo lugar, pero hace cientos de años, se rezó con devoción y hasta se prepararon los primeros chinchones.
Se trata de una bebida de anís que puede alcanzar los 36 grados de alcohol y es considerada icónica para la villa, donde la pasión por la comida sobra, pero siempre que no falte su producto estrella: el ajo.
Por eso, la gastronomía es otro gancho. Así lo confirma Francisco Martínez, alcalde de Chinchón.
Sitios para comer y probar un dulce típico hay en cada calle. En las panaderías, lo que más se hornean son las ‘tetas de novicia’ o las ‘pelotas de fraile’. Son bocados de pan dulce con una forma singular, que hacen honor a sus nombres.
En los restaurantes también hay más historias. Uno de los más grandes es el Mesón Cuevas del Vino, donde aún se conservan enormes molinos de granito -con los que se hacía aceite de oliva-, canecas de vino tejidas y una cueva.
Hasta allá también han llegado las estrellas de cine, y no solo para comer o filmar, sino para dejar plasmadas sus firmas en este rústico espacio donde el olor a vino y a cordero asado atraen a cualquier amante de la tradición española.
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